A 19 años del debut, Matías Almeyda sigue demostrando vigencia en el juego y, en la intimidad, les marca el rumbo a los más jóvenes; no volvió por la gloria, sino para rescatar al equipo; el público ovaciona cada muestra de entrega y sacrificio.
Las joyas que en la actualidad esperanzan con sus habilidades a River, como Erik Lamela y Manuel Lanzini, todavía no habían nacido cuando Matías Almeyda, con 19 años, se presentaba, el 21 de febrero de 1992, en el Monumental, en el triunfo 2-1 de los millonarios sobre Unión, de Santa Fe. Aquella juvenil promesa se entremezclaba con futbolistas consagrados, con apellidos de peso y linaje riverplatense como Ramón Díaz y Leonardo Astrada... Y era dirigido por Daniel Passarella, quien empezaba a desandar con éxito su carrera como entrenador. El fútbol, las particulares circunstancias por las que transita el club de Núñez, le reabrieron las puertas a Almeyda, de quien se creyó que volvía apenas por un rato pero demostró que se quedó para siempre.
Un año y medio se cumplirá de su regreso a Núñez, de donde se marchó en 1997, cuando Sevilla desembolsó 9 millones de dólares -una cifra récord por esos años para el fútbol criollo- porque creía que compraba un volante con llegada y gol. Lo recibió el Jefe Astrada, con quien había compartido enseñanzas y el oficio de volante central desde que apareció en la primera de River. Pero, a diferencia de entonces, no es tiempo para jugar por la gloria de títulos locales e internacionales, sino para rescatar al equipo, al club.
Ya sin Ariel Ortega, con quien compartía la habitación en las concentraciones, Almeyda es el cacique visible de un grupo donde sobran los juveniles y en el que son una excepción los jugadores de trayectoria que se forjaron en las divisiones inferiores. En un fútbol cada vez más despersonalizado, Almeyda se comprometió a fondo con la banda roja que le cruza el pecho. Si hasta puso a disposición las instalaciones del complejo Buenos Aires Football, del que es uno de los propietarios, para que River desarrollara la pretemporada en 2010. También ejerce de referente para concientizar a los más jóvenes de que River es mucho más que el medio más rápido para comprarse el último modelo de auto o para ser la figurita de ocasión que persiguen los medios. Predica con el ejemplo y se ganó el respeto de todos.
Ordena en la cancha y, aunque no le gusta la palabra líder, es, a los 37 años, quien lleva adelante al grupo, el que inculca el sentimiento por la camiseta, el que riega con sudor la cancha, el que defiende a los más jóvenes de los ataques externos, el que apuntala con su discurso el mensaje de Jota Jota López... Siente que con paciencia y sacrificio River está recuperando la imagen. "Le habían perdido el respeto a River, pero eso ahora cambió. Todos se vuelven a motivar al jugar contra River. Tenemos que volver a sentirnos importantes. Somos conscientes de lo que nos estamos jugando. Estos primeros partidos son fundamentales. Sigo manteniendo que son como finales y habrá que pelear hasta el último minuto del campeonato", relata, con voz pausada, acerca de las metas para el semestre.
Sigue con la melena al viento como en su época de pibe, pero los rasgos de la cara lo muestran como un hombre curtido en las batallas de la cancha y de la vida. Se sujeta el pelo con una vincha, un regalo de su mujer que lo convierte en un samurai; luce en el brazo izquierdo, como un sello, el brazalete de capitán. Así, transmite un aspecto algo salvaje: el de quien defiende su territorio a sangre y fuego.
En el entretiempo del partido con Huracán, el vestuario del Monumental fue el escenario para que enseñara sus virtudes de caudillo. No hubo charla técnica anteayer, después de un primer tiempo desanimado; Jota Jota observó que los propios futbolistas estaban necesitando una charla íntima, y fue Almeyda el que despabiló a aquellos que parecían sintonizar otra frecuencia. Más tarde, fueron los hinchas los que le reconocieron, como sucede durante todos los encuentros, la energía que contagia el capitán. "Siempre fui un agradecido a esta camiseta, al club. Yo viví acá, debajo de las tribunas. Y siento lo mismo que los hinchas. Me parece que ellos se dan cuenta de que puedo jugar bien, mal o regular, pero que mi entrega será total."