Para cada capítulo de su vida, hay una canción de The Doors. Sus próceres están dentro de su familia. Pero si tuviera que elegir un héroe conocido, sería Jim Morrison, el líder de esa banda que lo ha marcado musicalmente para siempre.
Él es un tipo raro, una mezcla de renegado y sensible. De decir lo que piensa, más que de pensar lo que dice. Su personalidad encaja con "People are strange", ese hermoso y corto tema de "Strange Days", el segundo disco editado en septiembre de 1967, cuando ni siquiera era un proyecto. Vivió días extraños cuando llegó desde Azul para probarse en la gran ciudad. Ya debía cargar con ese segundo nombre que luego sería juego de frase para los periodistas deportivos: Jesús, soñado por su padre. Había llegado con 13 años. Lo probaron durante una semana pero le dijeron a su padre que lo llevara al año siguiente. Tozudo, regresó a los 14, ya pegado el estirón. Lo siguieron "pateando": que julio, que agosto, que septiembre, que octubre...Pero, como siempre, terminó ganando por cansancio. En diciembre lo aceptaron. Alquiló una habitación en Barracas y compartió el baño con 25 personas. Cada tanto, limpiaba la pensión. Sufrió mucho. Pero tanto trabajo duro tuvo su recompensa. Debutó en Primera en 1992. Llamó la atención por su despliegue y su aspereza. Parecía un soldado, "The unkown soldier", esa marcha melancólica que distingue a "Waiting for the sun", el tercer disco. Ríver disfrutaba de esa larga primavera que fue el primer ciclo de Passarella. Dio vueltas olímpicas y su mentor lo llevo al seleccionado. Ya era una cara conocida. Sabíamos que "Pelado", su apodo, fue una creación de Federico Vairo, por ese pelo cortado al ras. Lejos de esa melena indomable hoy marca registrada. Nunca tuvo filtro para hablar. Por eso, Tolo Gallego lo retó cuando confesó en "El Gráfico" que el entrenador le había dicho en plena práctica: "Qué tenés en las patas, ¿un sapo?". Cada vez que pateaba al arco, recibía la misma pregunta. Cuando iba al arco, la clavaba en un ángulo pero ese destino era la excepción al repetido "arriba del travesaño" de los relatores. Peleó el puesto con Astrada, se corrió a la derecha para jugar de ocho, había que gambetearlo tres veces para dejarlo fuera de acción. Era ya un "Wild Child", esa oda a la rebeldía que Morrison cantó en el "The Smothers Brothers Show", en diciembre de 1968, sin barba y vestido de cuero, en un estudio de Burbank.
Llegó 1996, el año de su "Break on through", terrible comienzo de The Doors, el disco presentación. Una canción censurada que recuperó su versión original en los compilados de Grandes Éxitos. Se consagró campeón de América. Marcó un gol feo pero importantísimo en la semifinal contra la U de Chile. Uno de sus tantos remates desde fuera del área se desvió en un rival y se clavó arriba. Estuvo en los Olímpicos de Atlanta. Se mandó un jugadón contra España, pasando adversarios como si fueran conos. Su tiro sin sapo reventó el travesaño y el gol lo metió Crespo. Pero muchos agentes tomaron nota y se convirtió en el hombre del mercado. Lo quiso Real Madrid, pero él ya le había dado la palabra a Sevilla. Las cosas no salieron de acuerdo con el plan. Le costó hacer jueguitos con la pelota en la presentación. Aún hoy le echa la culpa a esos botines talle 44. La jugada ante España había distorsionado todo. Los sevillanos creían haber contratado un enganche, no a un volante de corte. El equipo descendió, Real Madrid con Capello fue campeón y lo vendieron a Italia, su lugar en el mundo del fútbol. La bandera "Undici Almeyda" de la hinchada de Lazio sirve de retrato. También dejó su huella en Parma, Inter y Brescia. En el Mundial de Francia ´98, en pleno conflicto entre la selección y la prensa, una chica le preguntó si sabía bailar malambo. Estaba casado pero a veces el amor está en otro lado. "Hello I love you", "Love her madly", "L.A Woman" podrían musicalizar la historia con Luciana, la de la pregunta del malambo, su mujer, madre de sus tres hijas y sostén clave de su recuperación. Cuando todo era oscuro, cuando todo era un "Blue Sunday", una deliciosa oda al amor de Morrison Hotel.
En 2004, casi juega en Independiente, pero su padre figuró en una lista de posibles secuestrados. Le pusieron custodia y él se mudó a Brescia con su familia. Regresó en 2005 para jugar la Libertadores con Quilmes. Acordó todo para, por fin, volver a River. Estaba todo listo. Debía presentarse a las 9 AM para la revisión médica. Pero apagó el despertador y se levantó al mediodía. Ya no estaba bien de arriba. Se retiró, supuestamente, para ocuparse de sus campos, de su tambo en Azul. Pero se aburrió hasta la depresión. Tuvo ataques de pánico. Quiso romper todo. Estaba intratable. Pensó en el suicidio. Su hija mayor lo dibujó como un león triste, viejo y tirado. Eso lo sacudió. Empezó terapia. Tomó antidepresivos y ansiolíticos. Y empezó a ver la luz, a encender el fuego. "Light my fire", mister DJ, por favor. La terapia le tiró a la basura aquella frase de "detesto este ambiente, cuando deje de jugar no quiero saber más nada con esto". Se dio cuenta de que quería vivir del fútbol. Fue entrenador del equipo Senior de "Los Castores", uno de los barrios de Nordelta. Jugó en el showbol donde no paraba de correr. Batió el récord en Fénix con 3 partidos y 2 expulsiones. Mejoró su marca de goles en el Lyn Oslo de Noruega con 3 en 7 juegos. Armó un complejo de canchas llamado "Buenos Aires Fútbol". Hoy es un lugar de recreación para chicos, varones y mujeres que juegan al fútbol. Pueden encontrarse con el plantel profesional, que se ha concentrado y ha hecho pretemporadas allí en el partido de Tigre. La rompió en el Súper 8, ese torneo de veteranos que le quedó tan grande que le permitió volver a soñar con la Primera. "Te veo bien, ¿querés que hable con Gorosito?", le preguntó Enzo Francescoli, uno de sus referentes. Pipo aceptó con gusto. Y a cuatro años de su último partido, a más de doce de su despedida de River, entró sobre el final en el 4 a 3 ante Chacarita. Su primera intervención significó amarilla por una patada de atrás.
No tuvo problemas para adaptarse al ritmo profesional. Sin embargo, a él le iba mejor que al equipo. Desfilaron Gorosito, Astrada y Cappa. Arrancó la temporada 10-11 con riesgo de descenso, una situación inédita para el club. Pero en diciembre de 2010 brindó con el cuarto lugar en el Apertura y un gran cierre de campeonato con JJ López, su cuarto DT en un año y medio. Y todo era felicidad en abril de 2011, cuando trabó con medio Banfield y, sin querer, habilitó a Pavone para el único gol del partido, que dejaba a River puntero del Clausura y lejos del descenso. Se sentía en el cielo. "Not to touch the earth", cantaba Morrison en el disco "Waiting for the Sun" con el clásico órgano de fondo. Y de golpe, la catástrofe. Todo se ha escrito sobre ese colapso, sobre esa bajada de montaña rusa a la B Nacional, con su expulsión ante Boca y esa quinta amarilla ante Belgrano en la ida de la Promoción. Vio el drama deportivo desde afuera, sentado detrás de un arco. "This is the end, my only friend, the end". Del retiro soñado a una pesadilla. E inmediatamente a otro sueño: ser el DT de la revolución. ¿Le faltaba experiencia? ¿Qué entrenador había dirigido a River en la B? Apeló al sentimiento para convencer a los amigos de sumarse al equipo de trabajo. "Me habló con el corazón, no le podía decir que no", contó Gabriel Amato. Está componiendo su propia canción. Aún no terminó. En el peor año de la historia de River, pasó de jugador en Primera a entrenador en la B. En la vida de Matías Almeyda, nuestro personaje de 2011, suena la exacta e inigualable "Riders on the Storm".