No sólo sigue demostrando su vigencia tras el largo retiro; además, es figura y les gana a los competidores por el puesto .
Dentro de dos semanas, se cumplirá un año de su debut en su regreso a River, del que se había ido en 1997, cuando Sevilla compró su pase en 9 millones de dólares porque creía que contrataba a un volante con llegada y gol... Tamaño desconocimiento sólo podía conducir rápidamente a la frustración y el desencanto. Matías Almeyda reencauzó enseguida su carrera en Italia, donde fue aprovechado en lo que realmente es: un mediocampista de quite, fuerte y temperamental. Estuvo ocho años en el calcio y obtuvo siete títulos.De regreso a la Argentina en 2005, mucho le costó resolver su lucha interna entre el retiro (pues desde joven decía que no se veía siendo un jugador longevo porque sentía rechazo por las hipocresías y miserias que rodean al fútbol) y la continuidad. Su carrera se transformó en el reflejo de alguien que no sabía bien lo que quería: pasos fugaces por Quilmes, un club noruego, el fútbol subterráneo de ascenso en la C (tres cotejos y dos expulsiones en Fénix), negociaciones frustradas para sumarse a Independiente y River (gratis) en 2004. Incursiones en el showbol con Maradona; en el Súper 8 televisado de los veteranos. La idea de ser director técnico... Muchos frentes abiertos y ningún rumbo concreto.
Almeyda le agradece mucho a su psicóloga que lo haya ayudado a desentrañar el dilema existencial que tenía con el fútbol; a cubrir el vacío que se agrandaba en su vida y repercutía negativamente en sus vínculos familiares. Estuvo triste y deprimido. Hizo terapia y en muchas sesiones de diván redescubrió que el fútbol todavía podía hacerlo sentir una persona útil y darle placer. Todo muy lindo como enunciado, pero para afrontar este nuevo proyecto debía salvar una inactividad de cuatro años en la alta competencia. Físicamente no se había abandonado, pero las dudas y la desconfianza por sus condiciones atléticas eran lógicas. Nunca había sido un jugador que viviera de sus recursos técnicos. Siempre dependió más de sus pulmones y músculos, activados por un incombustible carácter ganador.
Un River inmerso en su peor hora institucional y deportiva le abrió las puertas hace algo más de un año. Parecía una apuesta de riesgo de un club desorientado y abonado a los desatinos. Lo recibió Leonardo Astrada, con quien había compartido enseñanzas y el oficio de volante central desde que apareció en la primera de River. Pero a diferencia de entonces, el de ahora no era tiempo para jugar por la gloria de títulos locales e internacionales, sino para rescatar al equipo del fondo de la tabla.
Sigue con la melena al viento como en su época de pibe, pero los rasgos de la cara lo muestran como un hombre curtido en las batallas de la cancha y de la vida. Se dejó crecer una barba candado y se sujeta el pelo con un trapo que se anuda en la nuca y del que quedan dos tiras colgando. Transmite una imagen algo salvaje: la de un cacique que defiende su territorio a sangre y fuego.
En la temporada pasada, despejó cualquier incertidumbre sobre su vitalidad y energía. La hinchada ovaciona cada muestra suya de entrega y sacrificio, como ocurrió ayer en el triunfo sobre Huracán. En un fútbol cada vez más despersonalizado, Almeyda se comprometió a fondo con la banda roja que le cruza el pecho. También ejerció de referente para concientizar a los más jóvenes de que River es mucho más que el medio más rápido para comprarse el 0 km último modelo. Predicó con el ejemplo y se ganó el respeto de todos.
El salvataje de River es una tarea de largo aliento. Tan exigente es el desafío que Cappa creyó que con Almeyda no sería suficiente. Por eso aprobó las contrataciones de Acevedo y Ballón, mientras asoma el pibe Cirigliano y espera a Bolatti. Pero el técnico tuvo la hidalguía de reconocer que Almeyda les está ganando el puesto a todos. La receta la dio el propio Almeyda después del 1 a 0 a Huracán: "Juego cada partido como si fuera una final".
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